Desde que el presidente de El Salvador Francisco Flores fustigó al tirano Fidel Castro en la Cumbre Iberoamericana de Panamá, o el rey Juan Carlos le replicó en la cara al “guapetón” Hugo Chávez: «¿Por qué no te callas?», no había disfrutado tan a plenitud hasta hoy cuando oí a Luis Almagro, secretario general de la OEA, decirle a Nicolás Maduro, un “presidente por designación” -como el nuestro- lo que se merece. Ambos jamás llegarían al trono por méritos propios, porque son mediocres y carentes de una pizca de carisma, pero como “no hay mal que por bien no venga” existe la posibilidad que Maduro por la ausencia total de liderazgo dejé un legado: Ser el elemento catalizador que de a la OEA el papel que le corresponde en el monitoreo de la democracia en América.

Y de hechos como estos necesitamos los cubanos que tenemos la esperanza en una Cuba libre. Nuestro apego a la democracia es tan grande que sentimos como propio el éxito alcanzado cuando se pelean los derechos ultrajados a un pueblo que a diferencia del nuestro supo unirse en una Mesa de Unidad Democrática (MUD) y en avalancha llevar a Maduro a mostrarse ta cual es: un aprendiz de dictador capaz de conducir a Venezuela a un sangriento desenlace. Gracias a Dios que los demócratas toleran, soportan y  meditan en cada paso para que la torpeza de esta rancia izquierda no lleve al grave error de dar un golpe de estado, catastrófico para América.

Los cubanos amantes de la libertad, sentimos como nuestro el desprendimiento del yugo impuesto a los venezolanos y aunque nosotros no tenemos elecciones, ni revocatorios, ni encuestas, los que estamos aquí adentro (sin pretensiones de emigrar) valoramos altamente el rumbo que  inexorablemente tomó la nación de Francisco de Miranda (El Precursor), artífice de la independencia de Venezuela, entregado a los españoles en el puerto de La Guaira por el entonces capitán Simón Bolívar, tan admirado por Maduro y sus cómplices.

“Señalar las manchas del sol -dijo el apóstol- es propio de los mal agradecidos”.  Hacer un elogio con signos de admiración a las palabras de Luis Almagro es reconocer su valentía y valor cívico enarbolados en un momento definitorio para el continente.