LO DEMUESTRAN LOS HECHOS Por Ernesto Díaz Rodríguez. Ex prisionero político cubano Entre las prioridades que ocupan mi mente están el bienestar de mi familia y la causa de la libertad de Cuba. A esta última he dedicado todo cuanto ha estado a mi alcance, y lo he hecho con amor y constancia, sin reparar
LO DEMUESTRAN LOS HECHOS
Por Ernesto Díaz Rodríguez. Ex prisionero político cubano
Entre las prioridades que ocupan mi mente están el bienestar de mi familia y la causa de la libertad de Cuba. A esta última he dedicado todo cuanto ha estado a mi alcance, y lo he hecho con amor y constancia, sin reparar en riesgos ni en sacrificios. Si algo tengo que lamentar, es sólo el no tener la oportunidad de ofrecer más y ver que la fuerza física de la juventud va quedando a distancia, lo que impone ciertas limitaciones a mi diario quehacer en esta lucha contra la opresión de un sistema de gobierno arbitrario y deshumanizado, que dura ya más de 57 años, y ha hecho de mi país una nación anclada en un mar de miserias físicas y espirituales.
Tengo razones, sin embargo, para sentirme optimista en cuanto al futuro de una Cuba floreciente, surgida de los escombros y las ruinas de un comunismo depredador, que caerá estrepitosamente más temprano que tarde. No importa todo el apoyo que se empeñen en ofrecerle sus colaboradores externos, entre ellos el papa Francisco y el actual mandatario norteamericano, Barack H. Obama. Ambas figuras identificadas no con el sufrimiento y las agonías de nuestro esclavizado pueblo, sino con sus torturadores, con los que han puesto cadenas a la libertad y tienen sus manos manchadas de sangre.
Las recientes visitas del llamado Santo Padre a Cuba han dejado constancia de su afinidad con la tiranía. Una gran desvergüenza fue el acto del Papa Francisco estrechando las manos del diabólico Fidel Castro, a quien su ancianidad no prescribe sus crímenes y sus atropellos contra la población indefensa, ni limpia de pecados la maldad de su alma. Su injustificada complacencia con Raúl Castro no dejan lugar a dudas de la simpatía de Su Santidad por el tirano heredero. No es posible dejar de mencionar el contraste de su actitud durante su reciente visita a México y su peregrinaje a nuestra Cuba en la cruz. En nuestro país, dio la espalda a los prisioneros políticos y a quienes luchan por un verdadero sistema de justicia y de libertad. De respeto a los derechos humanos y oportunidades iguales de progreso y de paz para todos los cubanos. En México, su primer espacio de tiempo, su primera visita fue a una cárcel de máxima seguridad, en Ciudad Juárez, donde cumplen sanción por sus crímenes los peores narcotraficantes y torturadores de ese país. Asesinos sin escrúpulos ni remordimiento por sus actos de espantosa criminalidad. Dos distintas filosofías encubiertas en un manto de demagogia y de falsa espiritualidad. No, no ha dejado ninguna razón de gratitud las visitas del papa Francisco a Cuba. Sus acciones en nuestro país merecieron esa justa condena propia hacia los que defienden causas innobles. Sí, una justa censura tan severa como las que no ha podido evitar el cardenal Jaime Ortega, ícono de la iglesia católica en nuestra Isla infeliz, quien a través de los años no sólo ha guardado silencio ante los crímenes y los atropellos de la maquinaria represiva de la tiranía, sino que en no pocas ocasiones ha hecho causa común en defensa de los intereses mezquinos de los Castro.
A la hora de señalar responsabilidades por el largo período de tiempo que ha durado la tiranía comunista en nuestro país, no podemos limitarnos a esa parte de la población que ha optado por aceptar resignadamente las imposiciones de un régimen arbitrario y aniquilador de las libertades fundamentales, olvidando las obligaciones morales que nos impone la conciencia de defender los derechos que nos corresponden como seres humanos. De esa inmensa mayoría que ha sacrificado una parte de su dignidad en aras de una sobrevivencia temporal, renovada cada mañana en espera de una libertad que no llegará sin el esfuerzo y el sacrificio de ellos mismos. Aunque la lucha por la liberación de nuestro país es obligación que corresponde exclusivamente a los cubanos, hay factores más allá de nuestras fronteras que conspiran contra nuestros anhelos de romper las cadenas y dar alas a la libertad y a la democracia en nuestro país. No aspiramos a que gobierno extranjero alguno haga nuestro trabajo, ni lo deseamos, porque implicaría incapacidad del pueblo cubano para resolver sus propios problemas e inevitables deudas de gratitud, más allá de nuestros anhelos. Pero tampoco podemos dejar de censurar con indignación las componendas externas en favor de la tiranía.
Desde su llegada a la Casa Blanca el presidente Barack Obama ha tenido sus ojos puestos en Cuba. Su agenda política en cuanto a nuestro país no ha estado a favor del pueblo cubano, sino a la consolidación, a la permanencia sin límites de la tiranía. Lo demuestran los hechos. Su infame paso de restablecer relaciones diplomáticas con el régimen totalitario de la Isla, sin exigir a cambio las más elementales concesiones a Raúl Castro, es una vergüenza que ha impuesto a esta nación, cuna de la libertad y el progreso. Las posibilidades que unilateralmente ha concedido al tirano de turno, proporciona no una mejora en la calidad de vida a la población cubana, sino mayores riquezas a la privilegiada mafia encumbrada en el poder y una prolongación al régimen comunista.
Como si ese amplio conjunto de medidas en favor de los Castro fuera poco, se ha anunciado la visita del presidente Barack Obama a La Habana durante los días 21 y 22 de este mes, donde el mandatario norteamericano será recibido con grandes honores, entre emocionados aplausos de la propia casta gobernante y una parte de los que ingenuamente aún mantienen la esperanza de un cambio favorable en materia de derechos humanos y un nuevo amanecer en el tránsito de apertura política hacia un sistema de gobierno genuinamente democrático.
Para el pueblo de Cuba, el encuentro entre los dos mandatarios será un árbol sin frutos. Continuarán soplando los vientos del despotismo y la intolerancia. Sólo el camino de la rebeldía derribará los muros y nos abrirá las puertas hacia un futuro de progreso y de paz. Un futuro sin náufragos ni cárceles, donde los cubanos seamos dueños de nuestro propio destino y de nuestra identidad nacional.
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