“Un “Día Normal” de Trabajo Forzado”

“Un “Día Normal” de Trabajo Forzado”

Un “Día Normal” de Trabajo Forzado. Escrito en presidio por + Saúl Pedrera Enríquez. 1936 – 2007 Nos levantaban alrededor de las cinco de la mañana; dos dedos de leche aguada y un pan de una onza y media constituían el desayuno. Daban cinco minutos para que todo el personal bajara a la planta baja

Un “Día Normal” de Trabajo Forzado.

Escrito en presidio por + Saúl Pedrera Enríquez. 1936 – 2007

Nos levantaban alrededor de las cinco de la mañana; dos dedos de leche aguada y un pan de una onza y media constituían el desayuno. Daban cinco minutos para que todo el personal bajara a la planta baja (más de mil cien hombres en cada circular por dos escaleras angostas); previamente situaban pelotones de soldados que en muchas ocasiones entraban a golpear a los presos antes del llamado “de pie”; después leían la lista de los enfermos rebajados, un número fijo de 17, que el médico militar escogía al azar de una lista que generalmente pasaba de cincuenta en la que los médicos presos informaban de los heridos y enfermos en general.; es obvio la gran cantidad de heridos, asmáticos, fiebres altas, dolores y otros padecimientos que por este sistema tenían que ir a trabajar a las canteras y en labores agrícolas. Cada preso conoció en su carne la injusticia profesional del médico militar Dr. Flavio R. Pombert de Guantánamo, con residencia actual en la Calle 12 #120 Vedado, Habana. El director del hospital de Presidio era el doctor Primitivo R. Condis Sacasa, el cual ganó fama en prisión practicando con presos en su afán de hacerse cirujano; decenas de hernias reproducidas, malas digestiones, dolores en úlceras operadas, hemorroides que continuaban sangrando y doliendo es parte del balance de su labor. El Dr. Pombert fue sustituido por el Dr. Arce que posteriormente trabajó en el Hospital Provincial de Santa Clara, Las Villas. La organización base de los bloques de trabajo forzado eran las cuadrillas formadas por cincuenta hombres, cuatro cuadrillas constituían un bloque; había “un cabo” ó un “sargento” al frente de cada bloque; cabe señalar la baja catadura moral e intelectual de los mismos en su mayoría castigados ó sancionados del ejército, conocidos entre los presos por un sobrenombre que reflejaba carencias o costumbres de estos elementos de escaso perfil humano. El bloque llevaba una escolta, el llamado cordón de 25 soldados provistos de fusiles y ametralladoras. Esto funcionó así hasta Mayo de 1965 en que casi todos los bloques quedaron con dos cuadrillas y entonces se crearon bloques nuevos. Los presos eran transportados en camiones a razón de 60 en cada uno para los lugares de labor, algunos a más de dos horas de camino. La jornada de trabajo era de diez horas diarias con un paro a mediodía para almorzar, el almuerzo generalmente era harina o un caldo de frijoles y un pan de una y media onza que los bloques que trabajan lejos llevaban desde el amanecer con ellos. Este “almuerzo” se comía sentado o parado; al sol o a la sombra, según estuviera el ánimo del Jefe del Bloque. Los sábados en la tarde y en los domingos, como no se trabajaba, daban un caldo más aguado de frijoles que en muchas ocasiones estaba ácido, igualmente el agua para bañarse y lavar la ropa escaseaba más en los fines de semana y era entonces que se realizaban las “requisas” para mantenernos ocupados. El tiempo de trabajo transcurría con los “cabos” paseándose por entre los que trabajaban y descargando con furia su bayoneta sobre los cansados cuerpos, también daban pinchazos con ella. El regreso a las circulares comenzaba sobre las cinco de la tarde y se extendía hasta el anochecer. En la comida: macarrones y otro pancito, en contadas ocasiones unos cuantos gramos de arroz y un pescado lleno de espinas. La tensión sicológica estaba bien concebida, cientos de enfermedades crónicas que los presos cargarían por el resto de sus vidas, desequilibrios mentales y lesiones orgánicas incurables; los mutilados del presidio político harían una procesión interminable que conmovería los más duros corazones. Hablar de heridas, espaldas y cabezas marcadas serian narrar la vida de más de siete mil víctimas que arrastraron cadenas de esclavitud. Al trabajo forzado se iba vestido o sin vestir, calzado o descalzo, no importaba siquiera que se pasase por poblaciones o que se estuviera trabajando en un campo de marabú. Los viejos camiones de guerra rusos exhibían su mísera carga violando dignidades de la persona humana. No obstante en medio de aquellas penas vivíamos con la frente alta, la resistencia dio un objetivo a la vida y a los últimos restos de fe de nuestro pueblo. A pesar de los cuerpos magullados y cansados Presidio fue la gran escuela de formación donde cada luchador se hizo portador del mensaje de justicia y libertad en las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales necesarias para la Patria. Estudiar ocupó los escasos ratos de ocio, la fraternidad primó en nuestra relaciones. La vida religiosa dentro de las diferentes ramas cristianas estuvo en normal desarrollo, es de destacar la labor de los Padres: Francisco López Blázquez, José Ramón Fidalgo, José L. Rojo y Reinerio Lebró (que dio gran auge a la JOC); por último el Franciscano Miguel A. Loredo o.f.m. un verdadero apóstol que trabajó en las canteras estoico ante los golpes, practicaba con el ejemplo, infatigable. Los hermanos pastores de las diferentes denominaciones cristianas dieron un ejemplo del actuar cristiano y de hermandad con los más necesitados, atendiendo enfermos y hasta lavándoles la ropas con sus escasos recursos y tiempo. El presidio político de esos tiempos estaba formado básicamente por un 60% de campesinos y un 30% de obreros. El aparato publicitario del régimen ha empeñado sus esfuerzos por hacer aparecer ante la opinión pública a los presos políticos cubanos como representantes de las clases altas de la anterior sociedad, o como entes desbordantes de odio y bajas pasiones. Un día, cuando Fidel informaba de la creación del Comité Central del PCC, habló de un Teniente elevado al cargo y cuya gran labor “un día se conocería”. Era el Teniente Julio Tarrau, director durante varios años del Presidio de Isla de Pinos; su gran labor: intentar doblegar la posición recta de los presos políticos y cuyo únicos resultados fueron: asesinatos, mutilados, enajenados mentales, enfermos, pero no claudicadores. _______________________________________________________

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